Rómulo Mar
  Umbilical
 
Rita estornudó y de inmediato le saltó el ombligo. La niña, asustada, intentó metérselo, pero no lo consiguió. Entonces corrió a donde sus papás a contarles. Ellos, don Julio y la señora Silvia Cordón, sorprendidos, la examinaron detenidamente y en vano trataron de corregir el defecto. De pronto, la niña volvió a estornudar y el ombligo se hundió. Los tres se miraron las caras y sonrieron. El “vivo” ombligo estaba otra vez en su lugar. Había vuelto a la normalidad.
A la semana siguiente, otra sorpresa. Rita estornudó de nuevo y como por arte de magia, el ombligo se estiró hacia afuera, por segunda ocasión. Esta vez los papás se inquietaron por el fenómeno. Nunca habían sabido de algún caso similar. Al respecto hicieron algunos comentarios, pero coincidieron en que no había que prestarle demasiada atención, pues, seguramente, con el tiempo el defecto se corregiría sólo.
El suceso ocurrió varias veces más, pero ya nadie se alarmó. Hasta la misma niña lo fue considerando como algo normal, se fue acostumbrando a la situación. El ombligo mismo pareció irse durmiendo en su estómago.
Así transcurrió el tiempo, sin más novedades para la familia Cordón. Los años se acumularon en la vida de Rita. Empero, no para dañar su aspecto, sino para convertirla en espejo de la primavera. A los quince años desbordaba belleza. Al pasar frente a los muchachos dejaba entrever sus encantos de princesa exhibiendo su figura de medidas casi perfectas. Los chicos la miraban con los ojos saltados y soltaban, espontáneos, finos piropos al nomás notarla. Rita sabía lo que tenía, por eso hasta jugueteaba con los sentimientos de los jovencitos.
Era tal su hermosura, que un día fue seleccionada para participar en un concurso de belleza de su pueblo. Ella se preparó con esmero y se sentía invadida por una sensación de seguridad. Creía en sí misma. Sabía que tenía las mismas posibilidades que las demás e, incluso, que podía superarlas en algunos aspectos. Esa confianza en sus capacidades era fruto de los valores tan importantes, entre ellos la autoestima, que sus padres le inculcaron desde pequeña. Así esperó ansiosa la fecha del evento.
La actividad contó con un gran despliegue promocional: radio, prensa escrita, internet y afiches en las calles anunciaban el concurso.
La noche de la elección, la sala, repleta de gente, estaba fastuosamente iluminada por chorros de luz verticales e inclinados que emanaban de la parte alta. El engalanamiento del recinto delataba que ese sería escenario de un acontecimiento memorable.
Las candidatas se presentaron en el orden establecido por los organizadores. Desfilaron primero en traje informal. Luego, aparecieron en ropa deportiva. También lo hicieron luciendo atuendos típicos y lujosos trajes de noche. El público expectante aplaudía y gritaba, emocionado, alentando a sus favoritas. La razón del entusiasmo era evidente, ya que las jovencitas, en la etapa de preparación, habían puesto especial cuidado en lograr que sus atributos resaltaran. Una de ellas era Rita Cordón, la que cautivaba el mayor caudal de miradas.
Esa noche de gala, una por una fue recorriendo el escenario, recibiendo la aprobación de la concurrencia. Cuando el maestro de ceremonias anunció la participación de Rita Cordón, el entusiasmo de la multitud se desbordó. Ella apareció deslumbrante en el fondo, endiosada. Se desplazó, contoneándose, hacia la parte frontal, luciendo un minúsculo traje de baño de un rojo profundo, el cual contrastaba en forma magnífica con la blancura de su piel. Allí, de frente, se detuvo un instante, observando, altiva, al auditorio.  En esa posición se mantuvo un momento, notándose muy segura, controlada, estática e imponente, disfrutando ese instante de dominio sobre el público. Pero el placer se rompió repentinamente porque sintió un cosquilleo en la nariz. De pronto -¡achú!- un fulminante estornudo la estremeció. Trató de no descontrolarse, pero un pensamiento fatal fue invadiendo su mente. Un frío congelante le recorrió el cuerpo. La multitud se puso de pié, con la boca abierta, asombrada por lo que veía. Finalmente, Rita perdió la compostura y pensó en lo peor. Sus manos que mantenía pegadas a sus piernas, titubeantes y nerviosas, las deslizó hacia sus entrañas. Al palpar su pequeño y bien trabajado estómago, comprobó lo que sospechaba, lo que temía: ¡el ombligo estaba afuera! Era inmenso. Medía casi dos pulgadas. Era como un dedo índice del estómago que señalaba a la gente y la gente lo señalaba a él.
La jovencita, impactada por la tragedia, reaccionó inmediatamente y se retiró corriendo del escenario. Desapareció rápidamente, dejando tras de sí un murmullo que se agigantaba, que se dilataba y la perseguía. Llegó a su casa casi volando y cerró la puerta con violencia.
En la calle quedaron los comentarios ensordecedores, multiplicados, hiperbólicos e interminables.
          La alarma cundió en la familia Cordón. Con prontitud acudieron a un médico para que se encargara de ese asunto embarazoso. El doctor, después de practicar los exámenes de rigor, dispuso que había que operar a la muchacha para extirparle el ombligo. Los papás estuvieron de acuerdo y se procedió enseguida.
          El galeno preparaba los utensilios para la cirugía cuando... -¡achú!- el ombligo se hundió velozmente. Rita, como queriendo comprender finalmente lo que ocurría, se sonrió y tocó, complacida, su pancita plana. Por su parte, el médico, sorprendido, hizo exámenes de nuevo e intentos denodados por conseguir que el ombligo saliera. Todo en vano. El ombligo estaba en su lugar, normal. Se reunió, entonces, con la familia Cordón para tomar otras decisiones. Rita, los papás y el doctor concluyeron que era conveniente, de una vez por todas, provocar que el ingrato ombligo saltara de nuevo para corregir definitivamente el defecto, pues era muy probable que surgiera en cualquier otro momento. Por ejemplo, dijeron,- cuando ella se case y quede embarazada, el estiramiento del estómago le podría hacer salir el ombligo en forma exagerada y eso sería peor -. Así que se puso manos al ombligo.
          El especialista analizó el caso. Consultó varios libros. Realizó una junta con otros colegas. Y nada. Diagnóstico sin resultado. La recomendación final fue que mejor se dejara el ombligo así como estaba.
          Los papás y Rita seguían comentando que el día que se presentara un embarazo, se podría complicar la situación. Pero la opinión del profesional de la medicina tenía su peso y convinieron en tomarla en cuenta y no insistir más en el caso.
          - Ay, Dios, esto del ombligo dicen que es una de las partes atractivas de las mujeres. Pero así, yo hubiera preferido ser como Adán y Eva –dijo Rita y suspiró.
          - ¿Cómo así mi´ja? –preguntó su papá.
          - Pues... dicen que no tenían ombligo, porque no nacieron de una madre como nosotros. -
          - Aaah, la mentada controversia. Mira, Rita, eso es difícil de sostener. Acordate que la biblia dice que ellos fueron hechos a imagen y semejanza de Dios. -
          - Sí, pero... -
          - Mi preciosa muñeca, ya no te preocupes tanto. Total la vida no depende sólo de un ombligo. Déjalo en manos del tiempo, él puede ser el mejor cirujano. -
          - Ojalá tengas razón, papá. -
          - Ya vas a ver –sentenció don Julio.
          De esta manera, las aguas volvieron a su cauce. Entonces soltaron el calendario. Las hojas fueron cayendo, primero en forma lenta; rápido después. Uno de esos días, en el patio de la casa, el aire sopló fuerte y levantó una polvareda que estrelló contra los ventanales. La familia no notó aquél fenómeno de la naturaleza que alguna influencia podría ejercer sobre su hogar. Los padres estaban mas bien preocupados en afinar su estrategia y continuar, sin tregua alguna, reforzando los valores de su hija, reafirmando su autoestima, especialmente.
          Dos años después el tiempo frenó su alocada marcha. Otro suceso en el seno de la familia Cordón marcaría el inicio de una nueva etapa. Rita apesadumbrada se acercó a su papá que descansaba en la sala de la casa y le hizo una terrible confesión:
          - Papi... esteee...¡estoy embarazada! -
          - ¿Quéee ? -dijo el papá, y todavía con la expresión prendida entre los dientes, de un salto se puso de pie y corrió despavorido detrás de la hija que ya volaba. Ágil y desatinado, se movió tirando los sillones por todos lados, tratando de alcanzarla mientras sentenciaba:
- Si te agarro te voy a dar una lección de la que no vas a olvidarte jamás-
De pronto, de sopetón, Rita se detuvo, soltó una carcajada y le dijo:
          – Papi, papi, detente... ¡es una broma! -
          - ¿De veras? –preguntó él con la sorpresa dibujada en su rostro.                                                          
          – Sí, es una broma –y continuó riendo.
          El papá, contagiado del positivismo de Rita, esbozó una sonrisa intuyendo lo que pasaba. Pero para salir de dudas hizo una pregunta inquietante:
- ¿Y qué ha ocurrido con el ombligo? –
          - ¿Cuál ombligo? –respondió ella. Entonces rieron los dos y se abrazaron. Luego, se miraron a los ojos. La vista penetró hasta sus almas y la felicidad se instaló en sus semblantes.
El ombligo siguió igual, pero a Rita ya no le importó, comprendió que por eso no iba a desperdiciar la maravillosa vida que tenía por delante. Don Julio movió afirmativamente su cabeza para expresarle que la entendía y en su mente floreció un sólo pensamiento: “lo que plantamos dio sus frutos”. 
 
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