Rómulo Mar
  Llueve
 
         La tarde se oscureció. Nubes negras y fuerte olor a humedad aparecen como señales claras. Apresuramos el paso.
          El fogonazo de un relámpago, seguido de un trueno ensordecedor, se presentan como el preludio a la continuación del copioso invierno que nos ha azotado. De inmediato la percusión infinita de gruesos goterones golpean nuestros cuerpos, chocan contra el piso y resuenan en mis tímpanos. La gente, entonces, corre alocada topándose entre sí, saltando y cubriéndose la cabeza.
            Es gente común que anda con unas penas sobre la espalda tratando de disimular otras. Es el pueblo que sufre perennemente en esta patria de dos largas dictaduras y varias frustradas; de una guerra cruenta que duró 36 años, de las viudas y los huérfanos, los desaparecidos...
          Las heridas siguen abiertas y se abren otras. Sangran...
          La lluvia arrecia. La inclemencia del tiempo es tan fuerte que nos obliga a abarrotarnos en la puerta de una tienda y de casas particulares. El agua nos salpica los zapatos, pero sería peor mojarnos completamente. Podría provocarnos, además, un resfriado. Debido a eso, preferimos continuar en esos lugares, con la esperanza de que amaine pronto.
          Esa ha sido la esperanza de todos. De aquellos que han sido asaltados a punta de pistola. De quienes sufren humillaciones. De los que aguantan hambre. Las violadas. Los que duermen en las frías calles. Los desempleados. Los padres que lloran junto a sus hijos y se preguntan, Señor, ¿cuándo cambiará esta situación? ¿Cuándo dejarán de correr estas lágrimas?
          Las correntadas de agua inundan las calles y fluyen veloces y furiosas. La tormenta parece prolongarse indefinidamente. Los vehículos van casi navegando, mientras los buses expulsan violentamente a las personas a este campo de batalla.
            El tiempo pasa, pero este castigo no cesa.
          Estalló la noche y todavía sigo aquí, refugiado, sintiendo ese aguacero en la cabeza al pensar en lo que pasó y continúa pasando.
            No me he podido mover. Otros, quizás cansados de esperar, han escapado hacia la tempestad.
          Nadie ha podido detener esta correntada de crueldades... Quien haga promesas sí siempre ha habido. Nos han ofrecido maravillas. El cielo y la tierra. Y les hemos creído, muchas veces.
            Logramos soñar. Construimos castillos en el aire. Yo, incluso, en algunas ocasiones, he tenido la impresión de que el mundo ha cambiado, que ha mejorado. Puede ser...
          Y sigue la lluvia...
 
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