Rómulo Mar
  El saco
 
Este es un cuento inconcluso que tú, lector, debes tratar de completar.
                                                           
Púchica, muchá, hoy si me pasó algo increíble. Fíjense que cuando venía por la Avenida Central, de la colonia El Molino, un carro que pasó veloz botó un saco que cayó cerca de mí. Yo intenté avisarles haciendo señas, por si el chofer me miraba por el retrovisor. Pero no me vio.
Yo me quedé un buen rato de brazos cruzados observando el bulto, sin saber qué hacer. Mi primer impulso fue abrirlo para conocer el contenido, pero me contuve. O mas bien, no me atreví.
La gente que pasaba me miraba extrañada: yo, encorbatado, de camisa blanca bien limpia, frente a un costal de pita sucio, de formas irregulares. Qué ridículo. He de haber parecido un loco.
En tal estado, pensaba que mejor debí seguir mi camino y no prestarle mayor atención a eso que no encontraba razón alguna para que me importara. Sin embargo, ¿qué me detenía? Las formas peculiares del saco, lo raro que creía el hecho de que cayera junto a mí de un carro en marcha y el sonido que produjo al golpear contra el cemento.
Continué en el sitio entre el impulso de dar el paso para irme y el de agacharme para desatarlo y saber de una vez de qué se trataba.
Me pareció que el sonido que escuché cuando cayó fue como de monedas. ¿Cómo era el carro? Era preciso revisar algunos detalles para sacar conclusiones que me ayudaran a tomar decisiones.
Además de las características del carro, me llamaba la atención el olor familiar que soltaba el bulto en cuestión y la hora en que lo dejaron caer allí. Tal vez la hora no tanto, o nada. Pero el carro y ese olor sí que me intrigaban.
 
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