Rómulo Mar
  Letra "Viva"
 
El maleante más peligroso de la región por fin fue capturado y llevado a prisión. Su nombre era Venancio, apodado “Hierbabuena”, equivocadamente.
Éste asaltaba a medio mundo desde hacía mucho tiempo y la policía había sido incapaz de ponerle el guante encima. A veces en sus propias narices cometía sus fechorías y se escurría como una anguila.
Pero ya estaba tras los barrotes. Y eso era lo que contaba.
La noticia corrió como reguero de pólvora. Se comentaba en las barberías. En los comedores y cafeterías. En los hospitales. En el mercado. Las tiendas. Los buses. En las funerarias…
El jefe de la policía, por su lado, no cabía de orgullo por la hazaña de haber detenido a tan famoso pícaro. Salía a la calle más veces que de costumbre; saludaba hasta con las dos manos y mostraba feliz las rejas de su boca. Si hubiese tenido cola la movería sin disimulo.
Cuando los medios de prensa lo entrevistaron dijo que no sólo había sido capaz de apresarlo sino que también contaba con la fórmula para reformarlo.
- De la cárcel ese sujeto va a salir cambiado. Será un hombre nuevo y útil a la sociedad. Se los aseguro- indicó el uniformado.
De inmediato, el jefe de la policía mandó colocar más de cien libros en la celda del tan nombrado reo. Y esperó pacientemente que aquél mordiera el anzuelo.
El preso pareció entender las intenciones del hombre encargado de la seguridad y se opuso con todas sus fuerzas a participar en su juego. Veía con desdén la pila de libros y tecleaba nerviosamente los dedos de ambas manos. Se ponía de pie y andaba de un lado para otro en el reducido espacio y se volvía a sentar. Los volvía a ver y se levantaba otra vez. Andaba. Se sentaba. Una gran inquietud se había apoderado de él.
- Esos libros están embrujados. Me quieren enloquecer. Pero yo no soy tonto. Voy a impedírselos cueste lo que cueste- rezongaba Venancio, “Hierbabuena”, sin desprenderles la mirada furiosa mientras caminaba como un autómata.
Así pasaron los años. Los libros apiñados se notaban despreocupados frente a la aflicción del presidiario.
- No hay mal que por bien no venga. Tarde o temprano, ese muchacho se va rendir. Sólo tengo que esperar con paciencia de monje- sentenció el responsable de la penitenciaría.
El preso en cuestión había recibido una condena de veinte años inconmutables y, pese a que aún no había cumplido ni cinco, sentía como si ya hubiese pasado un siglo encerrado.
- ¡Todavía más de quince años metido en esta pocilga! No se cómo los voy a aguantar… Bueno… pero… dicen que sino puedes vencer al enemigo, únete a él. Y no habiendo otro remedio, voy a tratar de poner en práctica ese dicho para ver si funciona- se dijo así mismo el sujeto aislado.
Dicho y hecho. Tomó un libro. Logró terminarlo y agarró otro. Y otro. Y otro.
- ¡Quiero más libros!- Gritó un día Venancio. El agente de seguridad llegó de inmediato con otro más numeroso lote de obras.
- ¡Quiero más libros!-
- ¡Quiero más libros!-
Y su diligente custodio siempre estuvo atento para complacer al exigente recluso. Hasta que llegó el día ya inesperado para aquél hombre privado de su libertad…
El jefe de policía se encaminó a la celda sonando su manojo de llaves. Se paró frente a la puerta y la abrió de par en par…
-          Bueno, “Hierbabuena”, salí, sos libre. Ya cumpliste los veinte años-
-          ¡Tan rápido!-
-          ¿Te parece que fue rápido?-
Venancio, con una inmensa felicidad pintada en su rostro, asintió con la cabeza y salió de la comisaría lentamente.
En su cabeza burbujeaba la idea de que el mundo es bueno y que hay que contribuir a mantenerlo así.
 
Por esa conversión, Venancio, “Hierbabuena”, se volvió una leyenda. Que si fue real el personaje, ya nadie lo puede asegurar. Lo que sí es cierto es que muchas obras se escribieron basadas en su historia. La principal se llama LETRA “VIVA”. Y empieza como empezó este texto, continua igual y termina con estas mismas palabras.
 

 
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