Estoy enamorado… ¡a estas alturas del partido…!
Mas bien, siempre lo he estado, pero fue sucediendo de manera tan natural que no creí que fuera relevante, hasta descubrirme hoy en este estado tan alucinante.
¿Desde cuándo nos conocemos? Aaaaa… el tiempo me arrastra con fuerza y me lleva bastante lejos.
Comenzamos un coqueteo trazado por el destino. Nos miramos de reojo primero. Luego, de manera imprevista, tuvimos nuestras iniciales encerronas. Caímos de bruces, hechizados. Ante los dos se abrió un mundo nuevo.
Nos hemos amado perdidamente en todo lugar donde nos ha dado la gana. Nos hemos acercado sin reservas, sin aplazamientos. Sentados, con una mesa de por medio, nos hemos agarrado de las manos y nos hemos visto a los ojos, acaramelados. ¡Qué intimidad tan bonita!
Nos hemos hecho un colocho en mercados, cafeterías, andenes, jardines, habitaciones solitarias, buses en marcha… De noche, de mañana y tarde. De pie, sentados y acostados. En medio del bullicio como en la calma más profunda. En las sombras y en el sol. De mil maneras y en mil lugares.
De tal manera que nuestra relación se ha vuelto muy estrecha. Tenemos un romance con las posibilidades de perdurar infinitamente.
Y este sí es amor del bueno. Hemos tenido nuestras peleas, pero han sido, llamémoslas así, “peleas amorosas”, de esas que parece que forman parte de un plan para enamorarse más, para quererse enteramente, con entrega total.
Historietas fueron lo primero que me compartió. Y me las viví con gozo santo. Después me dio un manojo de noticias que saqué a pasear bajo el brazo y lo vendí.
Los versos me los hizo llegar a cuentagotas, pero me los metió hasta las fibras más profundas.
Con los cuentos y las novelas me acabó de amarrar. Sólo me dio a probar un poco y yo me lancé al mar.
¡Cómo no estar enamorado a estas alturas del partido si el encuentro con el libro es lo mejor que me ha pasado!
