Rómulo Mar
  El mejor combate
 
            Este señor, fiero, casi espantoso, aseguraba que el muchacho siempre regresaba del colegio con olor a números. Otras veces afirmaba que le sentía sabor a matemática.
            Este personaje se mostraba preocupado por la situación. También empezaba a creer que al niño lo enredaban entre números y lo golpeaban con alfabetos, acciones que él calificaba de tortura y maltrato infantil.
            Poco a poco empezó a notar, además, que el patojo tenía impregnada de letras la ropa. Le parecía verlo caminar cansado por el peso de miles de palabras que supuestamente la maestra le montaba. Lo bien que el infante se sentía él lo interpretaba al revés.
            Por tal razón, decidió iniciar una guerra sin cuartel para apartar al menor de esas influencias. Nomás llegaba a la casa, él lo detenía con violencia en el patio y lo desnudaba con premura. Luego le ordenaba:
-          Entrate rápido y cerrás bien la puerta-
Asustado, el pequeño obedecía. Deseaba oponerse, pero no podía.
            Enseguida, el hombre se ponía un traje especial que le cubría todo el cuerpo y una mascarilla que le protegía la nariz y la boca. Así, con locura, sacudía una por una las prendas del niño. Primero la camisa, de la cual se desprendía la mayor cantidad de signos numéricos y de puntuación; letras, palabras, párrafos, cuadernos, libros…
            Del pantalón salían volando fórmulas, reglas, requisitos, principios, normas…
            Entre los calcetines el escolar escondía el carácter atemperado, sometido a constante tratamiento educativo.
            Después, de inmediato, el fiero personaje se encerraba en la casa con mil candados.
            Esa operación de exorcismo la había practicado ya cientos de veces.
            Pero un día, finalmente todo cambió. Esa vez, tras terminar de sacudir la ropa del infante y de encerrarse con rapidez, afuera empezó a armarse un contra ataque con artillería pesada. Las municiones y los soldados se prepararon:
            Eran innumerables palabras sencillas como papá y mamá, así como las de las ciencias y las artes, el diccionario; los dígitos y las cantidades más grandes que se pueden formar; sumas, restas, multiplicaciones y divisiones; problemas algebráicos; las operaciones más complicadas que el hombre es capaz de resolver.
            Comas, guiones, paréntesis, signos de admiración e interrogación; comillas, tildes, asteriscos, diéresis, virgulillas, diagonales, apóstrofos; letras mayúsculas y minúsculas, %, @, puntos…
            Los más grandes sabios y científicos: Salomón, Platón, Newton; Einstein, Anaxágoras, Heráclito; Galileo Galilei, Copérnico, Demócrito; Sócrates, Aristóteles, Descartes, Hipócrates…    
            Los poemas de amor y de denuncia, los cuentos y las novelas… todo un ejército rondó alrededor de la casa, y concentró tal fuerza que cuando arremetió contra la vivienda fue un vendaval tan poderoso que derrumbó todo lo que se opuso a su paso.
            Un grito agudo y breve entre el estrépito fue el último signo de vida del enemigo de la matemática y del idioma.
            Tras la descomunal ofensiva, el niño se levantó de entre los escombros sonriente y juguetón. Por fin fue libre y pudo aprender maravillosas cosas y adquirir vastos y muy útiles conocimientos.
            Eso fue sorprendente. Y desde entonces, los problemas más hondos que han agobiado al ser humano tiemblan de temor. Saben que en cualquier momento la Instrucción les va a ganar la batalla.
 
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